01 febrero 2021

Innovar para sobrevivir

Laura FauqueurPor Laura Fauqueur
TWITTER @laurafauq

La innovación es el hilo que teje la relación del humano con la tecnología

El bicho y consecuente cambio de vida tiene entre sus efectos positivos (alguno tenía que tener, menos mal…) una estimulante mejora de nuestra relación con la innovación en general, y con la tecnología en particular.

Antes del 20, la palabra innovación estaba, junto con otras como legaltech y blockchain, rodeada de una burbuja en boca de todos, pero en la práctica se usaba muy poco y se empleaba muy por debajo de sus posibilidades. En el ámbito legal, el concepto interesaba a muchos, pero no muchos se atrevían a experimentar y disrumpir verdaderamente el sector.

En lo jurídico como en el resto de la sociedad, había quien veía en la tecnología la salvación de la humanidad, y quien por lo contrario la rechazaba y la consideraba un mal necesario, pero ante todo, un mal.

En este año que parece estar durando un siglo, todos hemos aprendido que la tecnología no era ni lo uno, ni lo otro. Ni el diablo, ni la salvación. La mayoría ya por fin tenemos claro lo que realmente es: una herramienta al servicio del ser humano, que tenemos que saber aprovechar, pero también cuidar y usar con sentido común, pues nos puede facilitar la vida tanto como complicárnosla.

Todos hemos experimentado los beneficios de la tecnología, que nos ha permitido seguir trabajando y estudiando, estar conectados con nuestros seres queridos, adquirir productos y servicios, consultar un médico, mantener un sucedáneo de vida social, etc. Y los inconvenientes, también los hemos padecido, como estos interminables días (y noches) delante de la(s) pantalla(s), los problemas de conexión, los fallos de seguridad, la falta de empatía online o “torpeza digital”, la multitarea, etc.

Hemos vivido con más tecnología que nunca y, paradójicamente, nos hemos sentido – y nos seguimos sintiendo – más humanos que nunca.

No soy la única que ha experimentado desde marzo del 2020 un torbellino de sentimientos intensamente vividos: miedo, enfado, tristeza, frustración, ausencia, anhelo de libertad… Y también una infinidad de sensaciones como el agobio, la ansiedad, la impaciencia, el aislamiento, etc. Sin embargo, también se ha agudizado la intensidad con la que he vivido los momentos agradables del año. He disfrutado del ser humano como nunca lo había hecho antes.

Pues bien, en un mismo año, por una parte, hemos dado un salto de gigante en cuanto a la adopción tecnológica, que nunca previmos que ocurriría con tanta rapidez en toda la sociedad. Y por otra, hemos reconectado con lo más básico de la vida humana: sobrevivir, cubrir necesidades básicas, y nutrirnos del afecto de las demás personas y vernos en sus ojos.

Gracias a esta combinación de factores, nuestra sociedad ha equilibrado su relación con la tecnología, y somos ya maduros para hacer de ella un uso adecuado y que suponga un empoderamiento para el ser humano.

Por el peculiar contexto en el que nos vivimos, nuestra profundad humanidad (con la que nos acabamos de reencontrar) hace un uso mucho más intensivo de la tecnología, y de ahí surgen unas interacciones muy interesantes que podrían rediseñar la sociedad del futuro.

Como todo ha cambiado tanto, muchos modelos ya no funcionan y no queda más remedio que reinventarse. Nunca la innovación ha sido tan ligada a la supervivencia de nuestras sociedades.

La receta de la innovación solo tiene 2 ingredientes básicos: la empatía y la creatividad. Después de esta larga temporada que bien podría parecer una alucinación colectiva mundial, tenemos la sensibilidad a flor de piel y rebozamos de empatía. Ya sólo nos falta encontrar nuestra confianza creativa.

¿Cómo? ¿Dónde? En nosotros mismos. Somos creativos. Pero tenemos que luchar contra nuestro peor enemigo: nosotros mismos. Apresamos nuestra creatividad detrás de muchísimos barrotes que nos fabricamos en base a nuestro estatus social, nuestro entorno, nuestra educación, nuestra profesión, etc. Somos muy severos con nosotros mismos, y nos aplicamos mucha autocensura. Condenamos nuestra creatividad sin darle la más mínima oportunidad de demostrar su valía. Y eso es lo que tenemos que lograr cambiar. Darnos la libertad a nosotros mismos de ser creativos, atrevernos a pensar en grande, soñar, y dejar fluir las ideas. Si hay algo que aún está libre estos días, es nuestra creatividad. Es el momento de dejarla salir y volar, ella que puede… Se lo debemos.

Es únicamente apoyándonos en nuestra creatividad y en nuestra empatía que innovaremos para construir soluciones que mejoren la situación de los justiciables y de los operadores jurídicos. Ciudadanos y empresas necesitan ahora más que nunca de un sector jurídico cercano, eficiente y responsable.

Un último apunte: la creatividad no es siempre sinónimo de originalidad. Si bien es necesario dejar surgir nuestra innata creatividad, a la inversa, la originalidad no debe ser una meta en sí. De hecho, una fuente de inspiración para la innovación es la observación de otros sectores no afines al nuestro. ¿Qué innovaciones y prácticas podríamos adoptar para lo legal? Te daré una primera idea: una buena práctica muy común en otros sectores y que deberíamos adoptar con urgencia, y que sería una verdadera innovación en el nuestro, sería la centricidad del cliente (“Client-centricity”). ¿Se te ocurre cómo mejorar este aspecto en lo jurídico?

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